domingo, 5 de abril de 2009

¿El cementerio de los pasos no dados, por favor?

Estuvo años obviando la calle. Estaba ahí, desde luego, ninguna noticia de un meteorito destinándola a ser agujero en tierra. La gente seguía quedando en el mismo sitio, la calle continuaba viva dentro de la ciudad, pero Claudia había generado un campo de fuerza alrededor que propulsaba su cuerpo hacia atrás a naúsea limpia.
Lo sentía ya al bajarse del metro. Subir las escaleras hacia la superficie, desde aquel día maldito, le hacía daño. El cosquilleo empezaba en la espalda, subía por los muslos y se apoderaba del estómago.
Lo intentó, lo intentó. Al principio lo intentó mucho. Luego ya se colgó la etiqueta de débil, se hizo un gurruñito y se aceptó. Sustituyó la farmacia, sustituyó la tienda de flores y la de regalos. Sustituyó unos pasos por otros. Y la calle se quedó difuminada en su cabeza como una gran mancha gris.

Pasaron meses, docenas de meses y un buen día se despertó con la naúsea agarrándole el estómago. Se desperezó en la cama, se estiró muy bien y analizó la sensación: Era la misma naúsea, no había duda. La de la calle.
Se levantó, salió del portal terminando de vestirse, subió al vagón de metro y encaminó sus pasos hacia las escaleras. Sudaba, sí, pero ni rastro de la náusea. Siguió caminando, enérgica, desafiando al campo de fuerza.
- "Detenme... detenme ya..." pensaba Claudia

Pero ya no había cuerdas. No había bombas. No había telarañas siquiera. Respiró lento. El aire le ardía por dentro: La farmacia era una tienda de regalos, la tienda de regalos una tienda de flores y la de flores una farmacia. Aquella ya no era la misma calle.

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